Durante las eras Paleozoica y Mesozoica se generaron los depósitos de carbón y petróleo que hemos utilizado y seguimos usando. Estos depósitos surgieron cuando las plantas y organismos fotosintéticos capturaban dióxido de carbono del agua y la atmósfera para su crecimiento. Al morir estos organismos y ser enterrados, ese dióxido de carbono extraído quedaba atrapado y se convertía en combustibles fósiles en el interior de la corteza terrestre.
Durante la época de la revolución industrial, así como en los siglos XX y XXI, las personas tuvieron que buscar formas de obtener energía para calentar sus hogares, cocinar alimentos y alimentar a la industria. Además se utilizaban máquinas de vapor para el transporte y como combustible en motores (como el inventado por Karl Benz), entre otras aplicaciones.
Comenzamos a utilizar rápidamente los recursos fósiles que tardaron millones de años en acumularse en nuestro planeta. Este consumo liberó dióxido de carbono en nuestra atmósfera, un gas con efecto invernadero capaz de retener el calor del sol. En tan solo dos siglos, hemos aumentado aproximadamente entre un 35% y un 45% su concentración en la atmósfera. Aunque no es el nivel más alto registrado históricamente en nuestro planeta Tierra, sí lo es durante el último millón de años.
Desde el inicio del siglo XX hasta hoy en día, hemos presenciado un aumento promedio de la temperatura global de 1 grado Celsius. En la Antártida, se está perdiendo hielo a una velocidad seis veces mayor que hace 50 años. En regiones extremadamente frías, hay una gran cantidad de suelo permanentemente congelado (Permafrost), y si este se derritiera, liberaría una gran cantidad de metano, un gas de efecto invernadero más potente que el dióxido de carbono. También estamos observando un aumento en la humedad en las capas bajas de la atmósfera mientras esta se calienta, lo cual permite la formación de tormentas más energéticas y contribuye a la aparición de fenómenos climáticos extremos como inundaciones, huracanes y olas más rápidas y fuertes. El aumento en la temperatura nos lleva a experimentar sequías prolongadas en ciertas áreas del planeta así como también incendios forestales debido al ambiente árido. Además, favorece la propagación de especies invasoras, plagas, y enfermedades tropicales que afectan tanto a plantas como a seres humanos y animales en zonas donde antes no eran propicias para su proliferación.
Para empeorar las circunstancias, el nivel del mar continuará aumentando a un ritmo superior al natural. Las olas también se incrementarán debido al calentamiento global, ya que este fenómeno transfiere calor del agua oceánica al aire generando vientos más rápidos y fuertes, lo cual provoca daños en las comunidades marinas y los ecosistemas costeros. Debido a su temperatura más elevada, el agua ocupa un mayor volumen, lo que resulta en un aumento del nivel del mar de aproximadamente 30-40 cm. Este incremento combinado con la incorporación de agua dulce a los océanos como resultado de la fusión de los hielos antárticos y groenlandeses podría interrumpir la cinta termohalina causando un desastre masivo en pocas décadas.
¿Qué acciones podemos tomar? Existen diversas soluciones, aunque ninguna de ellas es inmediata. Es crucial reducir significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero al minimizar la quema de combustibles fósiles, especialmente en el transporte tanto de personas como mercancías. Asimismo, sería beneficioso reforestar la Amazonía para que vuelva a convertirse en un sumidero natural del dióxido de carbono y también debemos restaurar otras áreas terrestres que han perdido su cobertura vegetal debido a la tala indiscriminada y las acciones humanas. Además, podemos implementar soluciones tecnológicas para capturar el dióxido de carbono tanto directamente desde la atmósfera como desde fuentes específicas como centrales térmicas alimentadas con carbón e inyectarlo en formaciones geológicas subterráneas, que permitan un almacenamiento estable a largo plazo sin fugas; los pozos petrolíferos podrían ser un ejemplo adecuado ya que tienen capacidad para almacenar fluidos y gases relativamente fácil. Incluso en el futuro, con la tecnología, podría ser posible convertir el dióxido de carbono en algún "material útil".